martes, 5 de abril de 2011

MI ABUELO GUMERSINDO (Por Damian Pergo)


Desde hace algunos años vengo pensando en algo que quiero sacarme antes de morir. Es una historia que me relato cuando el pensamiento vuela por las montañas de Vancouver. Ahora es el momento oportuno, me digo, porque veo que hay gente que valoran estas cosas.

Se trata de la historia de mi abuelo Gumersindo Pereda Urieta, un hombre taciturno, no necesariamente triste ni melancólico, mas bien pensativo, con la mirada perdida en el horizonte, como se me perdió a mí también cuando emigré a Canadá y dije adiós a mis padres y hermanos en México hace treinta y dos años.

Mi abuelo dijo adiós a los suyos un día que quiero pensar ha dejado pasar al menos cien años. ¿Quién me puede decir cuándo salió de su natal Villanueva de Mena? ¿A quién se le pudo ocurrir enviar a México a un joven de menos de una veintena de años de edad a buscar fortuna, y justo cuando en México se iniciaba una revolución? ¿A quién debo mi vida por tal locura? A una familia menesa de escasos recursos, adivino, a un grupo de gente buena y trabajadora, a juzgar por la madera de mi abuelo, que necesitaba una boca menos que alimentar.

Imagino el día en que se despidió de sus padres, Manuel Pereda Ruigómez y Tomasa Urieta Baranda. Dijo adiós a su hermana María, la mayor, y besó a los menores Angel, Félix, Ramón, Rosario y Manuelito. Sus abuelos, Mateo Pereda, Antonia Ruigómez, Fermín Urieta, María Baranda, junto con algunos vecinos y algunas vacas de Villanueva, lo vieron irse, con la mirada fija en la peña del valle para no acobardarse. ¿Habrase subido al tren de la robla? ¿Habrase bajado en Bilbao para tomar algún navío que lo llevase a Cádiz? ¿O habrase ido por otro rumbo para llegar a Veracruz México? ¿Quién me puede decir quién le pagó el pasaje y, sobretodo, si la emoción de cruzar el Atlántico le secó las lágrimas para siempre?



Mi abuelo Gumersindo con su esposa Altagracia y sus hijos Jorge y Pilar, 1925


¡Cuántas preguntas pude haberle posado al abuelo en vida y no lo hice! Me disculpo en parte diciéndome que cuando él murió era yo tan joven como cuando él se marchó de su Mena. ¿Acaso él hizo todas las preguntas que tenía que hacerle a su padre o a sus abuelos antes de dejarlos? También me disculpo porque hablar con mi abuelo no era cosa fácil. Era medio sordo y había que repetirle las cosas muchas veces, y nos contestaba en un castellano y con un acento que poco entendíamos en México. Le pasaba lo que me ha pasado a mí en Canadá: por más que perfecciono el inglés trastoco algunas veces algún dicho popular, provocando miradas burlonas de mi hija; como cuando digo nilly willy.

Estos lamentos, me digo, son comunes. ¿Quién fuera hoy lo que seremos mañana sin tener que envejecer? ¿Quién pudiera hablarle a los abuelos de igual a igual, de adulto a adulto, de hombre con perspectiva a hombre con perspectiva? Yo le pediría a Gumersindo que me contara su experiencia de emigrante para compararla con la mía, que me dijera si su padre, cuyo nombre comparto por cierto, siempre sintió tanto orgullo de su Gumersindo como cuando lo presentó a los dos días de nacido ante la oficina de registro de Villasana de Mena un día de Octubre de 1891. ¿Habrase apurado de igual manera ante el nacimiento de su hija mayor María? No lo sé. Lo único que tengo por cierto es que es importantísimo seguirle el rastro a quienes nos anteceden, no para seguir sus huellas paso a paso, sino para darnos perspectiva y… ¿por qué no?... para desafiar la muerte… porque solo morimos, me digo, cuando dejamos de pensarnos. Y por eso quiero agradecer a Susana y a Montse por estar allí, en esa ventanita cibernética que llaman Fotos Antiguas de Mena, y por dejarme compartir la historia y las fotos de mi abuelo Gumersindo, que les envío por este maravilloso medio que cruza el Atlántico en segundos.

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